En los estertores (esperemos que así sea) de la pandemia mundial Covid-19, somos muchos los que nos estábamos quedando ya sin oxígeno a apenas dos brazadas de la orilla. Se habla de un hastío generalizado, la llamada fatiga pandémica representada por la ya claudicante mascarilla, recordatorio perenne de que algo sigue sin estar bien del todo. Y a esta falta de oxígeno ha contribuido y mucho -quién lo iba a decir tras años de lucha para poder conciliar mejor- lo que me he permitido el lujo de llamar teletrabajo forzoso.
Y es que, sin ponerse ninguna de sus virtudes en entredicho por estas circunstancias excepcionales, no es lo mismo organizarse voluntariamente en torno al teletrabajo -cada uno con sus circunstancias y momentos vitales- que pasar obligatoriamente 2/3 partes del día, como mínimo, en el mismo espacio; amén de las restricciones y el miedo existentes en la tercera parte restante.
En esta entrada intento analizar alguna de las claves que, a mi juicio y en mi humilde experiencia, han resultado concluyentes por igual tanto para el que comparte piso, como para el que vive soltero en un pequeño estudio o el que concilia en casa, en este año y pico en que se ha puesto más a prueba que nunca nuestra anticipación, al no contar con referentes previos que permitieran recostarnos sobre el mullido sofá del empirismo.
- EL “AMBIENTE PREPARADO”
La ínclita pedagoga Maria Montessori hablaba de cómo la escuela tradicional funcionaba como Dementor para los más pequeños. En el entorno laboral, también el agilismo centraba sus esfuerzos en derribar los muros de la prisión que suponía la oficina tradicional y su disposición, tanto física como espiritual. Y, sin embargo, resulta que el ambiente preparado, esto es, las condiciones ambientales para el pleno desarrollo, autónomo y sin impedimentos de un individuo es, de repente, un rincón cualquiera en el salón de su casa: Nos hemos cargado a la domobiótica y el feng shui de una pandemia.
Y, si bien celebramos el habernos liberado de la tiranía del post-it, este estado agónico de provisionalidad -o simplemente por falta de espacio y/o recursos- nos ha hecho escatimar durante demasiado tiempo en medios. Algo que, de hecho, no es baladí, pues cuando abogamos por el teletrabajo hay que tener presente la conexión existente entre las condiciones en que se desenvuelve y las respuestas psicológicas y fisiológicas que propician sobre la persona. Dicho de otro modo, conozco quien directamente está teletrabajando desde su propia habitación, donde duerme y, probablemente, coma. Y no hace falta ser muy astuto para sospechar que convertirse en un hikikomori de la noche a la mañana tiene implicaciones negativas a medio plazo sobre la salud.
Pero, sin irnos a semejante extremo, y sin necesidad de que en casa emulemos, para regocijo de Alfred Loos y Marie Kondo, esa tendencia tan aséptica como impersonal de los puestos calientes de las oficinas, si bien hemos destacado la carencia en medios es más que probable que en nuestro rincón nos sobren, al mismo tiempo, demasiadas cosas. Estímulos y distracciones extra que acentúan nuestro multitasking cambio de foco. Lo desarrollaremos un poco más en los siguientes apartados.
Así pues, volviendo de nuevo a nuestro ambiente, quedaría prestar atención a lo que sucede tras la ventana, caso de haberla. Un estudio llevado a cabo en 2002 por el departamento de horticultura de la National Chung-Hsing University de Taichung, en Taiwan, llegaba a ciertas conclusiones a las que el feng-shui había llegado miles de años antes fruto de la observación: la influencia positiva que una ventana, y más en concreto, con vistas a la naturaleza, ejerce en el plano psíquico de un individuo. De hecho, el estudio determinaba que, en ausencia de ventana y plantas, tanto en el exterior como en el interior, el individuo a examen sufría los máximos niveles de tensión y ansiedad. Tal es el influjo que incluso unas plantas de plástico suponían un alivio.
La paradoja del estudio es que los resultados se midieron mirando las reacciones frente a distintas disposiciones en una pantalla. Así pues, todos los usuarios de Windows XP quedarían a salvo.

2. CANSANCIO
Comemos a toda hostia y se nos enfría el café. Nos estamos meando desde hace dos meets. No cabe duda, como dice el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, que en época de pandemia el campo neoliberal de trabajos forzados se llama teletrabajo. Estamos más disponibles que nunca y, si no nos localizan -algo en extremo raro, pues lo hacen hasta en el baño-, nos sentimos culpables. Independientemente de la hora.
Esta maximización del rendimiento ya imperante con anterioridad se ha embrollado de manera confusa con nuestra domesticidad, hasta el punto de que nuestros descansos son para poner lavadoras. Y, por si fuera poco, terminamos nuestra jornada laboral ante el desconcierto de permanecer en el mismo lugar de trabajo, convirtiéndose el futuro en una suerte de presente prolongado que nos lleva a contestar desde la cama al chat de turno, en lo que supone una pérdida enorme de intimidad. Un bucle tóxico que nos sume en una especie de Día de la Marmota, cada vez más exhaustos.
Los propósitos del agilismo eran claros: entregar valor, esto es, trabajar más eficientemente, lo cual lleva implícito trabajar menos y mejor. Y está claro que al respecto de lo que se ha dado en llamar multitasking, no implica un progreso sino una regresión. Esta atención dispersa caracterizada por un acelerado cambio de foco entre diferentes tareas, fuentes de información y procesos va en detrimento de la calidad del trabajo y de nuestras propias energías, que suplen voluntariosamente y con cierta voluntariedad lo que habría que abordarse con mayor pausa y rigor.
Pero, ojo, tampoco nos responsabilicemos en exclusiva por ello y recalquemos que es al propio sistema capitalista al que le ha convenido, para acelerarse, conmutar la explotación externa por la autoexplotación. Así pues, cansados del mundo, ¡uníos! Y descansad, no para rendir más, sino para vivir mejor.

3. SOLEDAD
El confinamiento y el teletrabajo han acentuado los anhelos idealizantes de la sociedad moderna respecto al campo. Y estos anhelos no son del todo infundados, pues está científicamente probado que los humanos reaccionamos positivamente tanto psíquica como fisiológicamente en la naturaleza. De hecho, es un gran error haber llegado hasta aquí con una visión tan antropocentrista para con ella, como si nos resultara ajena.
Algo que se destaca en pedagogías más ecocentristas, como puede ser la Escuela Bosque, es el afloramiento de un sentimiento afectivo y comunitario. Y precisamente, ahí reside el fracaso de la idealización: el no contemplar la necesidad de vínculos y pertenencia a una comunidad, carencias propias de la progresiva fragmentación y atomización social de nuestra era que no encuentran, ni muchos menos, consuelo en el exilio rural per se.
Esta necesidad de pertenencia, en el ámbito laboral, ha hecho mella durante esta etapa. Y las cinco disfunciones clásicas en las que puede caer un equipo se han visto acrecentadas. De hecho, en la corriente agilista más popular, siempre se había considerado que un equipo distribuido no era, directamente, un equipo. Y justamente nos hemos visto en la tesitura de tener que organizarnos súbitamente distribuidos de manera atómica, con el reto que ello conllevaba.
Tenemos más contacto que nunca con nuestros compañeros, traducido en más reuniones que nunca, pero la relación a través de la pantalla es fría y da poco pie al esparcimiento: o bien nos comunicamos para cuestiones concretas que exigen coordinación, o bien nos escribimos por chat. Pero la confianza que otorga la distancia corta se ha diluido.
Solo así puede explicarse el siguiente panorama en el equipo en que actualmente trabajo. Un equipo que se empodera, se pone en valor y asume el reto técnico…

… pero que, sin embargo, atendiendo a sus valores fundamentales, no tiene el coraje y la confianza suficientes como para decirse las cosas, por más que se reconozca un compromiso común incuestionable.

Y esta pérdida de confianza enlaza ineludiblemente con la comunicación, con un canal que nos lleva a no decir lo que pensamos con claridad. Que propicia una sensación incómoda de estar cagándola continuamente, pues cuando se hace algo bien se celebra con un iconito de palmas amarillas en el chat, pero cuando no, se nos dice de palabra. Cuando se nos dice.
Parece que ya queda poco, y el futuro es aún incierto. Pero mientras tanto, aprendamos de lo recorrido. El otro día fuimos de excursión a la oficina y comimos pizzas. Y estuvo bien.

Inspiraciones:
- La sociedad del cansancio (Byung-Chul Han, 2010)
- Teletrabajo, ‘zoom’ y depresión: el filósofo Byung-Chul Han dice que nos autoexplotamos más que nunca (Byung-Chul Han, 2021)
- Human Response to Window Views and Indoor Plants in the Workplace (Chen-Yen Chang y Ping-Kun Chen, 2005)
- Por un Scrum popular – Notas para una revolución Ágil (Tobias Mayer y Alan Cyment, 2014)
- La España vacía (Sergio del Molino, 2016)
- The Benefits of a Forest School Experience for Children in their Early Years (Sam Massey, 2005)
- Ornamento y Delito (Adolf Loos, 1931)
- La magia del orden – Herramientas para ordenar tu casa… ¡y tu vida! (Marie Kondo, 2010)
- Perros de paja (Sam Peckinpah, 1971)
- Atrapado en el tiempo (Harold Ramis, 1993)