Codemotion Spanish Edition | Autumn 2022
Una de las alegrías profesionales de esta recta final de año ha sido el poder retomar los encuentros presenciales. Primero estuvo el exitoso e inspirador Agile Real Life de la empresa en la que trabajo, y recientemente el admirado Codemotion en su versión otoñal en petit comité.
No es objeto de esta entrada diseccionar el contenido de las charlas a las que asistí, sino algo que me llamó la atención sobremanera el primero de los dos días: una cierta predominancia en contenidos sobre el correcto camino profesional a seguir. Un hecho ante el que, dada la cantidad de público joven presente en la sala, uno tenía dudas de si era algo realmente demandado o si la preocupación era un tanto exógena.
Y al respecto me permito hacer una reflexión, pues tal y como intenté expresar abiertamente en público, me parece que se lanzaron una serie de mensajes un tanto confusos por unívocos, sobre los cuales considero tenemos una cuota de responsabilidad todas las personas que, por edad o rol, ejercemos alguna influencia y construimos, en mayor o menor medida, comunidad.
Como digo, hasta tres charlas el primer día versaban sobre aspectos relacionados con los escalones que un desarrollador habría de subir en su vida profesional; bueno, la tercera de ellas, a cargo de Irene Morgado, cabeza responsable de Talento y Cultura en Kairós, más bien sobre la ética recomendable a la hora de subirlos y la disyuntiva que se plantea en los procesos de selección Cuando tu empresa contraataca.
Pero tanto Stairway to… Heaven? de Javier Abadía como El error de hacerte manager de Nicolás Patarino redundaban en la misma premisa: uno, por suerte o por desgracia, se va a ver en la tesitura de tener que ser manager o andará un camino que irremisiblemente desembocará en serlo. Lo cual no deja de ser un argumento, bajo mi punto de vista, falaz.
Primero de todo, porque los perfiles técnicos llevan siendo reconocidos en el mercado desde hace tiempo y cada vez con mayor intensidad (que se lo pregunten si no a Irene); y, segundo, porque no todo el mundo sirve, obviamente, para gestionar, sean equipos, sea tecnología. Pero es que, aun asumiendo que así fuera, exige un aprendizaje y formación específicos más allá de los roles y peldaños a los que encaramarse, y de ello no es que no se dieran indicios, es que lo poco que se mencionó atendía a particularidades: si en tecnología el Codemotion evoca naves en llamas más allá de Orión, en lo que concierne a gestión olió a armario cerrado.
O yo no entendí nada, o ¿cómo en la carrera hacia el manager o no manager podemos obviar el contexto del agilismo, aunque fuese como referencia a un pasado que, deliberadamente, se ha dejado atrás, si es que así fuera? Y yo me pregunto: ¿cómo puede ser que la gestión lleve décadas preocupándose por el bienestar del técnico, y lo técnico sude tanto de la gestión? Pero voy más allá: ¿qué mensaje le estamos lanzando a unos chavales que no llegan a los treinta, que se mueven en un sector privilegiado y que posiblemente lleguen a cobrar 50k sin despeinarse? ¿El de la ambición desmedida neoliberal una vez más? ¿Acaso está mal quedarse en un rango raso si es lo que se quiere y desea? ¿Tenemos todos que aspirar a ser de tipo C?

No veo más que respuestas incorrectas y está claro que la condena a ser manager que parece llevar inherente el camino del técnico exitoso entra dentro del abanico de posibilidades, como también lo hace el reducirte la jornada y sacar más tiempo para estar con los tuyos, o el quedarte en la mal llamada en muchísimos casos zona de confort y estudiar, qué se yo, letras, y, quizá, aprender de una vez por todas los imperativos (lo cual debería ser, por otro lado, requisito sine qua non para ser manager); o, no sé, aspirar a convertirte en mejor persona, como Almudena Martín, que a pesar de no ser CTO nos ha co-desvelado un gran enigma para la humanidad: el misterio del metrónomo de Beethoven.
Dejemos de soñar con ser Steve Jobs, un tipo deleznable en muchísimos aspectos, y centrémonos en construir un mundo mejor, desde un sector privilegiado que se permite exigirle al sistema, como en los good old times del capitalismo. Y no precisamente alimentando la rueda de la insatisfacción, que ya sabemos en lo que deriva, en una sociedad enferma como la que tenemos en estos albores del siglo XXI.
Para ello, estaría bien comenzar por buscar respuestas a las preguntas reales que se nos plantean. Y es que, recurrentemente, se preguntó desde el público por cómo detectar entornos laborales con una buena cultura. Pregunta a la que no se supo dar respuesta, más allá de vaguedades.
Y ahí, de nuevo, vuelvo con mi libro: ¿Cómo se puede obviar en el juego de la oca de la trayectoria profesional la manera en que trabajamos? ¿Cómo podemos exigir una ética al entrevistado cuando obviamos la ética en los logros conseguidos y en el entorno que propiciamos? Es más, ¿cuando ese virus de mercenario se inocula desde los inicios, desde dentro del propio sistema, incluso desde las propias dinámicas invasivas de reclutamiento?
Como el debate fue inexistente, por ausencia de tiempo siquiera para ir al baño entre ponencia y ponencia, y por esa dichosa insistencia en prestar más atención a lo que acontecía en las redes que a lo que pasaba allí dentro, lanzo esta humilde reflexión desde mi más humilde aún espacio, pues creo que el que el segundo día, muchísimo más interesante, inspirador y diverso en contenidos fuera, con mucho, el de menor afluencia, así lo requiere.
